I- Comienzos Parte I
No podría concretar el instante en que todo comenzó. La situación se venía oliendo desde hacía años, pero he de reconocer que nunca creí que llegaría a pasar. Quizás era lo que deseaba creer, aunque mis instintos más primitivos me advirtieran de lo contrario.
Pero toda historia tiene que tener un principio, aunque sus orígenes se remonten más allá del incompleto e incierto pasado que los libros nos recuerdan. Así que antes de más desvelos comenzare esta historia, o mejor dicho, nuestra historia.
La noche estaba traviesa, juguetona con un tiempo que no se decidía entre la lluvia y el resplandor de una luna crecida. Era otoño del 2006, y por aquel entonces, las viejas tierras gallegas eran azotadas cada año con temporales de frío. La lluvia ya no era la protagonista, aunque no había dejado de caer, año tras año lo hacía con menos frecuencia.
Aquel jueves de noviembre me encontraba en casa, como de costumbre por aquella época de mi vida, en completa soledad. No es que me hubiera recluido y olvidado del mundo, era más una mala racha, una de esas épocas en las que te sientes más pequeño que un piojo.
Mi única compañía era la de una vieja tele de catorce pulgadas que de vez en cuando tenía que golpear para que no perdiera la imagen. La verdad es que la ignoraba, no me importaban esas absurdas discusiones donde ganaba quien más gritaba, pero me hacía compañía, el percibir del sonido de una voz humana aliviaba mi soledad, aunque solo fuese una sensación pasajera.
Mi concentración estaba más proyectada hacia el ordenador. Era un viejo cacharro de unos siete años de edad, totalmente obsoleto para la tecnología de aquel año, pero aun daba sus frutos y tardes enteras tengo pasado entre textos, películas y juegos, siempre y cuando no se apagara sin motivo aparente; era muy tozudo y de vez en cuando se tomaba un pequeño descanso hasta que horas después se reiniciaba completamente solo. Era tan peculiar que parecía necesitar dormir como un ser humano. A veces lo hecho de menos, aunque me he acostumbrado a vivir sin toda aquella tecnología. En realidad puedo asegurar que no es necesaria, aunque por aquel tiempo lo fuera.
Sobre las siete de la tarde, acabando una de esas interminables partidas al “Civilization III”, en las que me disponía a conquistar el mundo, un ruido ensordecedor proveniente de los altavoces de la tele torno mi atención sobresaltándome de golpe. Pálido, con el cuerpo congelado, mis ojos no dejaban de capturar las imágenes. En un segundo el móvil se lleno de mensajes, en el Chat no paraban de llegar avisos, y todos confirmaban lo que tanto había sospechado. La guerra había comenzado y ya era tarde para remediarlo.
Pero toda historia tiene que tener un principio, aunque sus orígenes se remonten más allá del incompleto e incierto pasado que los libros nos recuerdan. Así que antes de más desvelos comenzare esta historia, o mejor dicho, nuestra historia.
La noche estaba traviesa, juguetona con un tiempo que no se decidía entre la lluvia y el resplandor de una luna crecida. Era otoño del 2006, y por aquel entonces, las viejas tierras gallegas eran azotadas cada año con temporales de frío. La lluvia ya no era la protagonista, aunque no había dejado de caer, año tras año lo hacía con menos frecuencia.
Aquel jueves de noviembre me encontraba en casa, como de costumbre por aquella época de mi vida, en completa soledad. No es que me hubiera recluido y olvidado del mundo, era más una mala racha, una de esas épocas en las que te sientes más pequeño que un piojo.
Mi única compañía era la de una vieja tele de catorce pulgadas que de vez en cuando tenía que golpear para que no perdiera la imagen. La verdad es que la ignoraba, no me importaban esas absurdas discusiones donde ganaba quien más gritaba, pero me hacía compañía, el percibir del sonido de una voz humana aliviaba mi soledad, aunque solo fuese una sensación pasajera.
Mi concentración estaba más proyectada hacia el ordenador. Era un viejo cacharro de unos siete años de edad, totalmente obsoleto para la tecnología de aquel año, pero aun daba sus frutos y tardes enteras tengo pasado entre textos, películas y juegos, siempre y cuando no se apagara sin motivo aparente; era muy tozudo y de vez en cuando se tomaba un pequeño descanso hasta que horas después se reiniciaba completamente solo. Era tan peculiar que parecía necesitar dormir como un ser humano. A veces lo hecho de menos, aunque me he acostumbrado a vivir sin toda aquella tecnología. En realidad puedo asegurar que no es necesaria, aunque por aquel tiempo lo fuera.
Sobre las siete de la tarde, acabando una de esas interminables partidas al “Civilization III”, en las que me disponía a conquistar el mundo, un ruido ensordecedor proveniente de los altavoces de la tele torno mi atención sobresaltándome de golpe. Pálido, con el cuerpo congelado, mis ojos no dejaban de capturar las imágenes. En un segundo el móvil se lleno de mensajes, en el Chat no paraban de llegar avisos, y todos confirmaban lo que tanto había sospechado. La guerra había comenzado y ya era tarde para remediarlo.

0 Comments:
Publicar un comentario
<< Home